domingo, 7 de septiembre de 2014


 Ita.


Érase una vez una pequeña, triste, tímida, solitaria y muy cargada de miedos.
 Llamada  Ita , era una niña muy particular, a diferencia de otras niñas a ella no  le gustaba jugar a ser su mama, ponerse sus zapatos de tacos, maquillarse o vestirse con su ropa ,ni cargar con ese fardo de dolor como lo había arrastrado su madre durante toda la vida.
Solamente gustaba de jugar a las muñecas que ella misma hacia amorosamente en hojas de cuaderno, las dibujaba, pintaba y recortaba; les ponía nombre y armaba su vestuario de papel., las amaba y cuidaba  tanto como le hubiera gustado  a ella ser tratada.
Ita era una niña muy delgada con ojos enormes, marrones y vivaces. Tenía una sola amiga  en  5° año escolar a la cual visitaba muy a menudo, porque allí en la casa de su amiga se sentía a gusto ya que su amiga compartía con ella dibujos animados en la televisión, tortas  y chocolate caliente, en fin allí había un ambiente de paz que no se respiraba en su propia casa.
Solían reír y disfrutar juntas diversos juegos como cocinar con hojas de transparentes, jugar  a las almaceneras, y a las escondidas; pero también compartían otro tipo de juegos, aprendidos por Ita en su casa, eran juegos prohibidos de índole sexual.
¿Por qué esa niña de 11 años jugaba a besarse, tocarse y contornearse?
La dolorosa realidad era que ella, antes de aprender a leer y escribir, había sido enseñada por el monstruo de su padrastro en esas prácticas como el sexo oral, usando dulces como herramienta para lograr su maquiavélico fin.
Esto sucedía en ausencia de su madre y sus hermanos. “El viejo” como  llamaba la niña e ese hombre se paraba vigilante por la ventana para controlar la posible llegada de alguien, mientras forzaba a la pequeña a satisfacer sus sucios instintos.
Solo recordaba sus asquerosos bigotes y  el repugnante líquido que salía de su interior, las palabras que quedaron grabadas como flechas en su alma “no seas malita” “vos sos mía” “si sos buenita, te voy a dar mi apellido a vos y tus hermanos”, este era uno de los ardides que usaba la bestia para animarla.
Ella no tenía conciencia de cómo, ni cuando comenzó esta practica, pero era algo  ya habitual entre ambos, Ita asociaba  este acto con algo tan rutinario como el lavado de sus dientes.
A ella no le agradaba jugar a este juego con sus muñecas, sino que imaginaba tener muchos amigos de papel, les ponía nombres les daba vida, reía, charlaba  con sus muñecas en su mundo de ficción, las únicas que sabían su tormento, el gran dolor que guardaba en su corazón y quien fue en realidad aquel repulsivo hombre, el marido de su madre.


Autora: Ita

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